Dulce cómo la miel

Dulce cómo la miel.


El Sol cae, bañando su rostro, comienzan a darle un cosquilleo en los parpados y parecen están de color rosa.
El cosquilleo más fuerte. La niña despierta.
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En cierto modo se le puede llamar niña, aún con apariencia de toda una mujer, pechos abultados, fracciones distinguidas y finas, curvas marcadas y piernas largas, pero eran sus ojos celestinos como el cielo mismo y su brillo de la inocencia, las sonrisas permanentes y amplias, la diversión en su rostro y sus ropas rosadas.
Su nombre mismo lo decía, Melisa, dulce como la miel.
Y Todos se preguntan, ¿Qué le pasa a Melisa? ¿Por que actúa así? ¿Melisa, hablas de la chica loca del séptimo piso?
Porque Melisa tiene apariencia de mujer y mente de niña. Trazado de mujer pasional y conciencia de virgen. Figura de madurez y conocimiento ingenuo e inocente.
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Abre un parpado y el Sol le quema los parpados, se cubre rápidamente con la manta purpura, descubriendo que aun con la manta puesta sobre si, traspasa la luz y se vuelve una cueva traslucida color purpura.
Sonríe con ganas y rueda hasta caer al suelo.
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"Probablemente fue la culpa de su padre, ya te lo digo, el hombre la tenia encerrada totalmente antes de su muerte," había comentado una mañana la Señora McGuire a la Señora Nevares, "Harry protegía demasiado a Melisa, y la creía su niña, y mira como quedo, como si fuera una infante."
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Rio con ganas cuando cayó al piso, bajo la suave alfombra rosada, se levanto de un salto y fue a su armario, ¿Mariposas o Catarinas?, se preguntaba esa mañana, tenía muchos vestidos que su difunto padre algún día le regalo, todos hechos a mano, todos a su medida, e incluso unos más grandes para que no hubiera complicaciones en el futuro.
Ella se decidió por las Flores.
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Harry Deiberson era un hombre conocido por su bondad y alegrías, sus amplias sonrisas y sus grandes dientes blancos. Harry se había enamorado del amor, pero aun más de Gisela Vargas, una hermosa gitana morena con unos ojos grandes color aceituna. Oh si, Harry se había enamorado profundamente, y apenas él con 20 años y ella con 17, habían huido hasta España, y se casaron rápidamente.
Nueve meses después nació Melisa, con una piel perlada y ojos idénticos de su madre, verdes aceituna, nariz respingona y labios delgados como los de su padre.
La Familia Deiberson era feliz en aquel entonces.
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Marcela, la ama de llaves, le sirve unos panquecillos con mermelada y su habitual vaso de leche, la mira con cariño y le acaricia la mejilla. Marcela y Horacio (el jardinero), eran los únicos que le quedaban, pero ella no se deprimía.
De hecho, cierto día Marcela le dijo que sus padres vivan en el cielo. Ella imagino que por las tardes soleadas sus padres se acostaban en las acolchonadas nubes y la observaban reír, mientras que en las noches, apoyados de las flores luminosas, velaban sus sueños.
Entonces ella se pondría a rezar y le pediría a Dios un pasaje al cielo, así vería a sus padres y podría como era estar apoyada en una estrella.
Un plan simplemente maravilloso.
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Un veinte de Enero las flores se marchitaron, el amarillo se convirtió en gris, la leche se acabaría de las vacas y el pan se habría quemado.
La familia Deiberson era feliz hasta un veinte de Enero, cuando Gisela, la hermosa madre gitana murió en un accidente automovilístico, ella ni siquiera iba en un auto, pero caminaba en medio de la calle.
Una parte del corazón de Harry Deiberson murió esa tarde.
Harry se prometió esa tarde que no perdería a nadie más.
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Le limpia cuidadosamente la miel de la esquina de sus rojos labios y ella sonríe a su ama de llaves, siempre es muy cuidadosa con ella.
Después de un beso en la mejilla, ella vuela hacia la habitación de sus padres, donde el característico olor a canela de su madre aun revive en sus fosas nasales. Toma cuidadosamente la brocha y la pasa suavemente por su mejilla, le encantaría al menos tener la piel más morena como la tenía su madre.
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Harry cumplió su promesa hasta el día de su muerte, a lo cincuenta y tres años, por causas medicas desconocidas.
"Promete que siempre serás mi niña, Mel, promete que siempre me amaras." Habían sido sus últimas palabras a su hija.
"Lo prometo papi, siempre seré tu hija." Dijo la niña de apenas once años.
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Melisa vuelve a la cocina y saca del refrigerador un tarro de miel, la saborea lentamente en su boca, esperando que se deshaga el viscoso tesoro de las abejas.
La dulzura le pego fuerte en su paladar, ella disfrutaba, el dulzón sabor a miel queda en su boca aun después de tragarlo.
Porque después de todo, Melisa también había cumplido su promesa.

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