I. Mango

Este cuento lo hice mientras viajaba en el carro por carretera con mi familia. Vi a unas niñas corriendo por el patio de una casa, e hize a Mango.
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Todo esto me pertenece. No lo plagies ni lo publiques sin autorización.


Mango

Mango era una niña muy especial.
Mango era demasiado diferente a los niños de su edad, era tan especial que no podía caber en su propio cuerpo pequeño de cinco años. Tenía el cabello largo, más allá de la espalda, sus rizos ondulados y caireles perfectos, un color tan rubio como el Sol y el macarrón con queso. Su piel suave era morena morena, que contrastaba perfectamente con sus ojos verdes y pequeñas pestañas gruesas.
Su boquita de fresa siempre se mantenía callada y pocas veces lloraba o sonreía. Mango solo veía hacia el más allá, al infinito y lo imposible. Mango veía más allá de cualquier persona, y su miraba la traspasaba como si las personas fueran fantasma.
Rina, así se llamaba la mamá de Mango. Ella era incluso más morena que su hija, pero su cabello era liso y café, como un Cappuccino de Chocolate, eso sí, tenia los mismos ojos verdes aceituna que Mango. Rina era muy joven, pero tenía el corazón muy roto de amores y amantes no correspondidos, sus amantes la dejaban con la excusa de que no querían a Mango cerca, pero Rina se decía que era solo porque tenía las tetas pequeñas.
Rina jamás aceptaría que no quisieran a Mango, porque Rina amaba a Mango más que a ella misma, incluso más de lo que se amaba Mango a ella misma. Y Rina se aseguraba de extasiar a Mango de su amor.
Por eso, cada mañana Rina preparaba un sándwich de queso blanco rayado, con jamón y pepinillos, mayonesa, kétchup y nada de mostaza. Justo como le gustan a Mango. Pero además, siempre agregaba el jugo especial de Sandia y cerezas de Rina, que según ella era lo primero que debía tomar mango en la mañana y también lo último.
Desgraciadamente, no todos amaban a Mango como la amaba Rina. Había niños pequeños, inocentes, pero ingenuos, que envidiaban a Mango y a su ser especial. Pero lo que más odiaban era ese delicioso jugo de sandia y cerezas que Mango jamás compartía.
Lo que darían por un jugo recién hecho, fresco, las semillas de la sandia hundiéndose y el color rojo brillante. Cada vez que Mango tomaba de ese jugo de su madre, los ojos se le abrían y desorbitaban, el rosa de sus mejillas traspasaba su piel morena, sus verdes ojos aceituna eran ojos verdes césped y una pequeñísima sonrisa se escondía en ella. Mango era feliz.
Así que los niños hicieron algo para molestar a Mango, ¡O que al menos mostrara una expresión!, y cada mañana, cuando Mango llegaba a la escuela, ellos le arrebataban el jugo para que Mango no lo tomara en la tarde. Mango jamás se molesto ni hizo nada, solo los miraba fijamente.
Pero mientras transcurrían los días Mango estaba cada vez más decaída, su piel morena pálida, ojos verdes muy blancosos y nunca se había sonrojado.
Rina estaba demasiado preocupada, así que el día viernes, muy apenas quiso soltar a Mango y llevarla a la escuela, pero ella tenía que ir al trabajo y su trabajo era muy peligroso para tener a Mango ahí. Además, Rina sentía cierta vergüenza de que Mango estuviera donde ella trabajara, no por Mango, sino por ella. Porque Rina sentía vergüenza de lo que hacía para ganar dinero. Si Rina tuviera un día libre, pobre de Mango y de ella.
Nuevamente para la hora del receso, Mango ya no tenía su jugo, así que solo se sentó en la tierra y mirar a las hormigas subiendo por el árbol.
Mango murió esa misma tarde. Al parecer el dichoso jugo de Sandia y cerezas también contenía la medicina especial de Mango, una medicina que la mantenía viva, pero que también costaba demasiado dinero.
Solo Rina sabía lo de la medicina, y era por esa medicina que trabajaba todos los días en el burdel de la calle Reforma. Una medicina que jamás volvería a comprar, así como a Mango jamás la volvería a ver.
Y tanta era su especialidad, que no cabía dentro de ella, y tuvo que explotar.

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